Como sabrán, estos últimos días se ha estado hablando mucho de lo malísima que vuelve a ser Rusia. Y aunque esta vez no tenga nada que ver con la Guerra fría quien sabe si, en meses sucesivos, algunos van a terminar pasando bastante frío si la guerra por el Gas (natural) termina desatándose.
Todo este jaleo por el gas, en unos meses en los que vaya por Dios si lo cortan el frío que vamos a pasar y, sin embargo, los medios de comunicación, remiten a la calma. Contamos con gas suficiente como para abastecernos puesto que Alemania cuenta con grandes reservas (Ah, pues menos mal, porque ya me veía quemando la tarima flotante de la casa o con un bidón en medio del salón en plan "clochard" parisino).
Pero este no es el verdadero problema. El problema, a mi entender, es que no resulta explicable cómo en el siglo XXI no se cuenta con alternativas de energía que puedan solventar estos problemillas domésticos entre estados.
Por ejemplo, cómo puede ser que todavía no se trate seria, pública y políticamente el tema de la energía nuclear. Cómo puede ser que en países como España, con un elevado número de horas de sol, no se potencie el uso de energías alternativas. No se entiende del todo; o quizá sí.
No se entiende que tengamos que pagar por importar un gas cuando podemos obtener el mismo calor de otras fuentes de energía; no se entiende que vayamos tan retrasados en la implantación de paneles solares o de calderas de biomasa cuando somos un país con un elevado número de horas diarias de sol o productor de biomasa en potencia. No se entiende que, en Europa, desde Europa, o con Europa, no se hagan políticas energéticas comunes. No se entiende, señores lectores; no se entiende.
Sólo se entiende, quizá desde esta óptica se entienda, que a Europa; a la vieja-nueva Europa, le queda mucho camino por recorrer en común.
Que a Europa le falta mucho acuerdo real, efectivo y eficaz; mucho tiempo de mirar necesidades reales de un territorio que pretende verse como único, mucho tiempo de dejar politiqueos y pleitesías por repartir unas cuantas migajas de pastel económico. A Europa le falta unidad para actuar, para verse como una y ocuparse (más que preocuparse) de cuestiones verdaderamente fundamentales.
¿Acaso no existen, en Europa, energías de las que podamos abastecernos? Si responden que no existen, ustedes, igual que yo, sospechan que tenemos un problema que se agravará cada vez que un Putin cualquiera decida tener una trifulca con su vecino más cercano. Si, por el contrario, consideran que Europa tiene potencialidad y capacidad para abastecerse energéticamente; a lo mejor deberíamos impulsar a nuestros gobiernos para que buscasen, en común, energías alternativas que nos hagan no estar supeditados a la subida o bajada del humor de fulanito de tal que decide subir (nunca es bajar, por supuesto) el precio del petróleo, del gas, o lo que les de por pensar.
El problema de estas cosas es que, para variar, los que pagaremos las desavenencias políticas entre estados europeos seremos, una vez más, cada uno de los ciudadanos que hacemos uso de la tan codiciada energía limpia: El gas. Y lo pagaremos, un poquito más caro (dirán), como pagamos todas las subidas; en silencio, callados, qué le vamos a hacer. Es la vida que sube; sin nosotros... pero sube.
Y no va a influirnos, dicen todos y cada uno de los políticos europeos. No va a repercutir en el suministro de gas a Europa las rencillas entre Rusia y Bielorrusia y, claro, cuando les oigo, me echo a temblar y pienso en aquellos versos de Bertold Brecht que decían: "Cuando los de arriba hablan de paz el pueblo llano sabe que habrá guerra. Cuando los de arriba maldicen la guerra ya están escritas las hojas de la movilización". Pues en estos casos... Prácticamente igual.
Cuando desde Europa, la lejana Europa, se dice que no habrá problemas con los suministros de gas... Cada uno de los ciudadanos, los que pagan mes a mes la factura del preciado gas, sabe que... Habrá problemas. Y que los hay, y que los habrá, por no hacer una buena política energética común.
©2006 Cristina Caramés Espada, columnista del Diario de Ferrol. Publicado con permiso de la autora.
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