sábado, mayo 15, 2010

Esta democracia es una broma

Y una broma de pésimo gusto. Lo decimos y leemos todos los días en la Internet, aunque no en los me­dios oficialistas que viven per­fectamente instalados a su abrigo.
por Jaime Richart | Para Kaos en la Red | 11-5-2010

Pero cuando una situación socio­política persiste y además la refuer­zan los que la controlan, no hay que tener remilgos a la hora de re­petirse, de la misma manera que se mantienen a ultranza invariable tanto la situación de apariencia democrática como en su sitio se mantienen los que por infinitos inte­reses la defienden.

Esta democracia es un apaño. Un apaño de los poderes públicos que fingen estar separados entre sí pero en realidad están total­mente de acuerdo en lo esencial. Y lo esencial es controlar a la so­ciedad y al pueblo manteniendo los abismos existentes entre las clases favorecidas por la genealogía, por la suerte y por los pri­vile­gios heredados, y las clases desfavorecidas, desheredadas y míse­ras de muchos modos.

En España la democracia que hay es la que quieren y cómo la quieren los que tienen la sartén por el mango, es decir, los que to­maron posi­ciones hace mucho tiempo para que no se les vayan de las manos las cuestiones claves del país: la riqueza, el privilegio y el poder de decisión al alcance de unos cuantos espabilados, por lo general unos desalmados pese a comparecer en sociedad como los más respetables. Sean políticos o jueces o clérigos o notarios o mé­dicos o empresarios... pocos realizan un esfuerzo en el sentido con­trario a los intereses grupales, corporativos, partidistas o crematísti­cos. Una plutocracia franquista no puede ser una democracia en sentido es­tricto. Las garantías que, por ejemplo, se invocan cons­tantemente en materia de justicia, no son más que triquiñuelas inter­pretables al gusto de una facción ideológica deter­minada muy cer­cana a la cato­licidad materialista y al conservadu­rismo total del fran­quismo más viejo.

¿Qué lógica al alcance de los que, posicionándonos en el sentido que el pueblo tiene de las cosas que excluye el oscurantismo, razo­namos con frescura puede tener acusar a un juez de prevaricar (dictar sentencia a sabiendas de que es in­justa) que intentaba cum­plir dos leyes: una la de Memoria Histórica, y otra la penal contra el cohecho (soborno) y contra la malversación de los de la Gürtel, por cumplirlas. El pueblo, ése ente que los peritos en galimatías proce­sales y judiciales nos dicen que es el que gobierna, no puede enten­der prácticamente nada de los retorcidos argumentos empleados para absolver a un ladrón de miles de millones en la medida que se condena a galeras al ladrón de bagatelas. No puede entender que los delincuentes de cuello duro (políticos, aristócratas, banqueros, etc) sean fácilmente absueltos o pronto puestos en libertad permi­tiéndoles recuperar el producto de su robo situado en paraísos fis­cales, mientras ciuda­danos pobres o miserables se pasen la vida en prisión justamente por su pobreza.

Yo he ejercido muchos años la abogacía, hasta que no pude más con estas cosas y, desgraciadamente, sé de lo que hablo. Ahora, al­gunos de los que en el poder judicial tienen esa sartén de la que hablaba antes, están tratando de apartar de la tímida instrucción ju­dicial reparatoria de los crímenes del franquismo cometidos antes de iniciarse la guerra y después de terminada ésta, al juez que la había emprendido. Un juez que ha provocado grandes desperfectos en la jus­ticia miserable aplicada contra el vasco indócil, pero que apli­cando la Memoria Histó­rica de algún modo se había redimido a nuestros ojos aunque el vasco no sea tan indulgente.

Nos sacan de quicio las cosas de esta democracia grotesca. Y si nos sacan de quicio es porque el cinismo en política, la doble vara de medir de jueces y charlatanes políticos, principalmente de la dere­cha neoliberal, no nos ofrecen un sólido criterio, una actitud mí­nimamente coherente. Y la incoherencia, lo mismo que el engaño de sus políticos y de sus jueces, son los dos factores principales de la de­presión general de una sociedad. Más aún que la crisis econó­mica.

La prevaricación es el delito más grave que puede imputarse a un juez. Pues bien, al juez que empezó a instruir con arreglo a la Ley, ahora van a humillarle sentándole en el banquillo por haber hecho lo que debía hacer. Esta humillación quizá la celebren muchos, los pa­niaguados del sistema. Pero esta humillación es una humillación al pueblo que no puede estar del lado de la prepotencia, de los privile­gios, de las canonjías, de las prebendas, de los cínicos y de los adi­nerados y de los jueces en este caso sí prevaricadores dedicados virtualmente a proteger a los que ya detentan poder o exhiben el estandarte del franquismo, del crucifijo o del dinero.

Dicen que en la convivencia política hay unas reglas: las democrá­ticas, y que esas reglas están en la Constitución, y que todo debe gi­rar en torno a ellas. Pero resulta que en este país se sientan a la mesa del juego social dos bandos. Por un lado están los poderosos, los privilegiados, los adinerados y los armados hasta los dientes que ponen las pistolas sobre la mesa como guardaespaldas de los otros. Y por otro lado está el pueblo llano, desnudo, sin privilegios, con un montón de cargas, abrumado por los complejos de perdedor y los desprecios institucionales. Y encima, el bando de los fuertes, de los eternos fulleros que están en el cuerpo legislativo, en el ejecutivo y en el judicial juegan con el pueblo con las cartas marcadas. Tie­nen un montón de ases en la manga que sacan cuando los necesi­tan para desbancar al pueblo. Tan pronto la justicia aprecia defecto de forma por la escucha telefónica autorizada por un juez, como empa­pela a este juez que la autorizó. Tan pronto la escucha telefónica es el resorte decisivo para encarcelar a un don nadie, como es la ex­cusa para absolver a un miserable delincuente político.

No me extiendo más. Sólo puedo decir que maldita democracia española, maldita constitución, maldita justicia, maldita monarquía, maldito poder legislativo... maldito imperio que arropa a los países que reproducen en su territorio las lacras insufribles que ha inven­tado el neoliberalismo yanqui; un neoliberalismo que en España pros­pera a la sombra de una monarquía franquista sin Franco, plagada de bocazas, de bravucones, de mentiro­sos y de ladrones, donde se sigue practicando la tortura.

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