sábado, diciembre 23, 2006

No matarás

No sé lo que pensarán ustedes de la pena de muerte pero, para mi, es una aberración. No sólo en el sentido de un grave error del entendimiento (como se lee en la primera acepción del diccionario) sino, sobre todo, como un acto depravado y perverso.

Pese a que más de la mitad de los países del mundo han abolido la pena de muerte en su legislación o en la práctica (esto es, mantienen en su legislación la pena de muerte pero no han llevado a cabo ninguna ejecución en los últimos 10 y, además, se considera que tienen como norma de actuación o práctica establecida no llevar a cabo ninguna ejecución); aún hay más de ochenta, entre los que se encuentra Norteamérica, en los que la pena de muerte continúa aún vigente. De hecho, la controversia más reciente sobre uno de los métodos empleados para la pena capital (la inyección letal) fue revivida en Florida este jueves pasado.

Ángel Nieves Díaz, puertorriqueño condenado en el estado de Florida, necesitó dos dosis de inyección además de treinta y cuatro minutos de lenta agonía para acabar muerto pasados estos.

Es necesario decir, para que cuenten con todos los datos, que a los presos se les administra: Pentotal de sodio para hacer perder el conocimiento al condenado a muerte; bromuro que es un relajante muscular que paraliza el diafragma, impidiendo así la respiración, y, por último, se administra el cloruro de potasio que provoca un paro cardíaco.

Este método, la inyección letal, cuestionado por multitud de personas entre los que se encuentran jueces, abogados y médicos suscita fuertes controversias: Una de las más importantes es que las condiciones en las que se ejecuta a los condenados a muerte en EEUU "no responden siquiera a los criterios requeridos por los veterinarios para sacrificar animales". Por ejemplo: A los condenados a muerte se les han administrado paralizantes musculares, mientras que en 19 estados de EEUU está prohibido el uso de paralizantes musculares antes de sacrificar animales para evitarles un sufrimiento adicional. También los análisis toxicológicos practicados después de su muerte a los condenados a inyección letal muestran que la concentración de anestésicos en su sangre, en el momento de morir es inferior, en muchos casos, a la que se obtiene en los pacientes de intervenciones quirúrgicas. Esto es, que el pentotal de sodio podría dejar de tener efecto antes de que los presos expiren; lo que ocasionaría un dolor brutal cuando son ejecutados.

Pero si a pesar de todo esto aún hay quien no se ha hecho abolicionista es necesario añadir que en todos los estudios científicos realizados aún no se han podido nunca encontrar pruebas lo suficientemente convincentes como para demostrar que la pena capital tiene un mayor poder disuasorio frente al crimen que otro tipo de castigos. De hecho, uno de los estudios más recientes acerca de la relación entre la pena de muerte y los índices de homicidios señalaba que: no era prudente aceptar la hipótesis de que la pena capital tenía un mayor poder disuasorio sobre los asesinatos que la amenaza y aplicación de la cadena perpetua; aunque esta pena se entienda como supuestamente inferior. Si pese a todo esto aún no se han hecho abolicionistas háganse esta pregunta: ¿Se considera usted un asesino? ¿Sería capaz, en frío, de matar a alguien? Porque eso es lo que es una ejecución. Un asesinato, una matanza a sangre fría.

Muchos de ustedes, al pensarlo, responderán instintivamente que serían capaces, que podrían matar (incluso con sus propias manos) a aquel o aquellos que han inflingido un mal a uno de sus seres queridos. Y al pensarlo, en caliente, uno a veces lo cree. Pero de ahí a legalizarlo, a instaurarlo como una norma de Estado... Créanme, no podrían. Porque, y así lo escribía Albert Camus, "Una ejecución no es simplemente muerte... Añade a la muerte una ley, una pública premeditación conocida por la futura víctima, una organización que, en sí misma, es una fuente de sufrimiento moral más terrible que la muerte. La pena capital es el más premeditado de los asesinatos, que no puede ser comparado con ningún acto criminal, por más terrible que sea".
©2006 Cristina Camarés Espada, columnista del Diario de Ferrol; publicado con permiso de la autora (este artículo se publicó en el Diaro de Ferrol el día 16 de este mes)

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