viernes, enero 01, 2010

Treinta años desde la invasión soviética de Afganistán (artículo de la WSWS)

El día 30 de diciembre 2009 la World Socialist Web Site [Página Web Socialista Mundial, WSWS] publicó el siguiente artículo, escrito por Alex Lantier:

En la cobertura de prensa de la reciente decisión del Presidente Barack Obama de desplegar más tropas de EE.UU. en Afganistán, un hito histórico curiosamente no se ha mencionado - el 30º aniversario de la invasión de la URSS de Afganistán, que comenzó el 27 de diciembre de 1979.

Un examen de las circunstancias de este caso socava las afirmaciones de Obama de que la política norteamericana en Afganistán está motivada por una "guerra contra el terror", revelando al contrario el objetivo imperialista detrás de la política de EE.UU.

En aquel momento, el presidente Jimmy Carter utilizó la intervención soviética - que tenía por objeto suprimir la lucha de los rebeldes muyahidines contra el régimen respaldado por los soviéticos del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) - para deshacer una década de distensión y escalar las tensiones con la URSS. Esta decisión crítica desató un conflicto que en última instancia sería devastadora para la sociedad afgana.

Se supo sólo años más tarde que la invasión soviética había sido una reacción a un intento deliberado de EE.UU. de establecer un nuevo frente militar contra la URSS en Afganistán. Incluso antes de la invasión soviética, Washington estaba ayudando en secreto a los muyahidines, con el objetivo de provocar una intervención soviética y de atrapar a la URSS en un atolladero sangriento. El objetivo último de la política exterior de EE.UU. en esta política era destruir a la URSS y promover la expansión del poder de EE.UU. en la Asia Central, situada estratégicamente y rica en petróleo.

En sus memorias de 1996,
From the Shadows, Robert Gates, el actual ministro de defensa de EE.UU., recuerda las deliberaciones de EE.UU. en el invierno y la primavera de 1979. Describe una reunión del 30 de marzo 1979: "El subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, David Newsom, declaró que es política de los EE.UU. [demostrar] a los paquistaníes, sauditas y otros nuestra determinación de parar la extensión de la influencia soviética en el Tercer Mundo... Walt Slocombe, en representación de Defensa, le preguntó si tenía sentido mantener la insurgencia afgana en marcha, 'involucrar a los soviéticos en un atolladero tipo Vietnam?' "

El 3 de julio de 1979, el Presidente Carter autorizó a la CIA que financiara y llevara a cabo propaganda en favor de los rebeldes afganos. Según informaciones, la CIA envió sus primeros envíos a los muyahidines aquel verano.

Los estalinistas del Kremlin, guiados por cálculos puramente militares y nacionalistas, cayeron de lleno en la trampa tendida por Washington. El liderazgo soviético pensaba que el presidente de Afganistán, Hafizullah Amin, de la facción de la Khalq del PDPA, estaba negociando un acuerdo separado con Washington para terminar la ayuda de EE.UU. a los muyahidines. Moscú temía que un régimen pro-estadounidense en Kabul, pudiera permitir a EE.UU. el despliegue de misiles Pershing en Afganistán, desde donde podrían alcanzar a la URSS.

También temía que los EE.UU. usarían a uzbekos y tayikos afganos para la propaganda nacional-separatista destinada a la Asia Central soviética. El consejero para la Seguridad Nacional de la administración de Carter, Zbigniew Brzezinski (ahora uno de los principales mentores de Barack Obama) abogó públicamente por una división étnica de la URSS.

Mientras las fuerzas soviéticas invadieron, comandos de la KGB asesinaron a Amin. En su lugar, Moscú instaló a Babrak Karmal, líder del ala Palam, conservadora, del PDPA, como presidente. Esta fue una señal para las clases dominantes de que el PDPA iba a abandonar su redistribución parcial de las tierras y otras medidas de reforma. La estrategia del Kremlin era la concertación de un acuerdo con las élites tribales de Afganistán, aplastando al mismo tiempo la resistencia al régimen PDPA con bombardeos masivos.

La política de Washington hacia la guerra afgano-soviética se caracterizó por un cinismo sin igual. Se desató una oleada de protestas hipócritas contra una invasión que ella misma había ayudado a fomentar, incluyendo un boicot de los Juegos Olímpicos de 1980 en Moscú. Mientras se enviaron armas por un valor de miles de millones de dólares a los muyahidines, se negó públicamente cualquier tipo de asistencia a los rebeldes.

Aunque Washington proclamó que sus aliados afganos eran "luchadores por la libertad", los muyahidines y sus partidarios internacionales eran socialmente reaccionarios. Con la asistencia de regímenes musulmanes derechistas como los de la Arabia Saudita y de Pakistán, los EE.UU. ascendieron a los caudillos islámicos fundamentalistas dentro de la resistencia. Washington hizo la vista gorda, cuando exterminaron a facciones muyahidines rivales, financiando sus operaciones a través de la venta a gram escala de opio.

Cuando los muyahidines resultaron incapaces de organizar ataques contra Kabul y vías férreas estratégicas, la CIA armó y entrenó a reclutas musulmanes internacionales a lanzar ataques terroristas y atentados suicidas. El joven multimillonario saudí Osama bin Laden supervisó estas redes mindiales de reclutamiento, que más tarde llegaron a formar el núcleo de Al Qaeda.

Estas redes reunieron a reclutas de la Hermandad Musulmana, influenciados por el extremista Saudi Islam, y todas las fuerzas del mundo musulmán que, históricamente, habían sido movilizados en contra de las poderosas tradiciones socialistas de los obreros e intelectuales de Oriente Medio, incluyendo a Afganistán.

El aumento de las pérdidas y el descontento popular en la URSS, instaron a Moscú a retirar sus fuerzas en 1989. A esto le seguió el colapso soviético en 1991 y el colapso del régimen del PDPA en 1992, cuando los principales funcionarios del PDPA pasaron al servicio de los señores de la guerra rivales muyahidines. Afganistán había caído en una guerra civil.

Los arquitectos de la política de EE.UU. en Afganistán registraron su cruel indiferencia hacia las consecuencias de sus políticas. Cuando se le preguntó en 1998 si sentía remordimiento por la tragedia de Afganistán, Brzezinski respondió sin rodeos: "¿Qué es más importante para la historia del mundo? ¿Los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Unos musulmanes revueltos o la liberación de la Europa Central y el final de la guerra fría?"

El mundo todavía se enfrenta a las consecuencias de esta erupción de la influencia imperialista de EE.UU. en la Asia Central. La rivalidad -desatada entre las grandes potencias por la guerra civil afgana- por el dominio de Afganistán, estratégicamente situado en el centro de la masa continental euroasiática, inicialmente registró un intento de los EE.UU., Pakistán y la Arabia Saudita de unificar Afganistán bajo la milicia fundamentalista talibán a mediados de 1990. Esto culminó en 2001 en la invasión y ocupación por EE.UU. de Afganistán - llevadas a cabo bajo la bandera fraudulenta de una "guerra contra el terror" - contra las mismas fuerzas que Washington había apoyado en los años 1980 y 1990.


Mientras intenta aprovechar su posición en el Afganistán para reforzar su hegemonía sobre un inestable continente asiático, Washington se enfrenta a los tóxicos resultados políticos de su política del año 1979: los señores de la guerra del narcotráfico afganos, las redes terroristas internacionales, las antiguas repúblicas soviéticas socialmente devastadas por el colapso de de la URSS, y la pobreza general de la región.

Las catástrofes del presente surgen de los crímenes cometidos en el pasado. La historia del primer gran impulso al imperialismo de EE.UU. en la Asia Central debe ser comprendido para poder evaluar las consecuencias que la actual escalada de EE.UU. va a tener para la región y para el mundo. Alex Lantier

Traducio del inglés por Entrelector

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