Y dirán algunos de ustedes: Yo me acuerdo; a qué viene esto. Puede que les resulte extraño el título de esta semana pero ahora se lo explico. Hace unos cuantos días, charlando con unos amigos, uno de ellos recordó cómo sus padres, cuando era pequeño, le decían: “Cómetelo todo que hay muchas personas en África que se mueren de hambre. Mira cómo están los negritos de Etiopía”. Y este compañero me decía que recordaba a la perfección esas fotografías, de primeros planos, con niños flaquitos, flaquitos, con las barrigas hinchadas y las cabezas gordas, plagados de moscas y mosquitos que parecían chuparles lo poco de vida que les restaba.
Pues bien, señores, cualquiera que ronde la treintena, y los mayores más aún, recuerda y tiene en su memoria esas imágenes de las que les hablo. La cuestión es: ¿Dónde está Etiopía hoy en día? ¿Han dejado de morirse, allí, los niños de hambre y de sed?
Lamentablemente, no. Ni en Etiopía ni en la mayor parte de África. Así, por ejemplo, en Etiopía las pasadas inundaciones provocaron que los ríos se salieran de su cauce, que cientos de casas quedasen destruidas, que se cortaran las carreteras y que miles de personas tuvieran que abandonar sus aldeas. Pero… ¿Ustedes escucharon o leyeron algo de esto? ¿Quién se hizo eco? Pocas publicaciones, muy pocas.
A lo que me refiero con esto es que supuestamente, en el siglo XXI, estamos en la era de la información, contamos con cientos de canales de televisión, de radio en distintos idiomas, tenemos Internet y banda ancha y estamos, a todas luces, sobreinformados con noticias que ocurren en cualquier rincón del planeta. ¿Y qué nos dan a cambio todos estos avances tecnológicos? Muy sencillo: lo que no aparece en la televisión, en Internet, o en la radio (para aquellas minorías que aún escuchan las noticias en ella), no existe; lo que no significa que no esté sucediendo realmente.
A lo mejor, si hacen memoria, muchos de ustedes recuerdan un cuento (a nosotros nos lo contaban en la clase de Filosofía de la Ciencia) de un árbol que se caía en mitad de un inmenso bosque y nadie estaba ahí para escuchar cómo caía. Y la pregunta era: ¿Ese árbol se ha caído realmente? Si nadie lo ha visto caerse, si nadie ha escuchado su estruendo al tocar el suelo, ¿se ha caído? ¿Quién podría afirmar, tajantemente, que se ha caído? Y había respuestas de todos los tipos.
Pues lo mismo sucede con las noticias que no se narran, con los lugares que no tienen corresponsales que nos relaten lo que está sucediendo ahí. Lo mismo que ha pasado con Etiopía ha pasado con Ruanda, con Burundi, con Burkina Faso, con Ghana… ¿se continúan muriendo las personas de hambre allí? ¿Ustedes que responderían?
Sé que estar informados y contrainformados de las publicaciones oficiales es cada día que pasa más costoso (no económicamente pero sí en tiempo a dedicar); pero es tan necesario. Es necesario, como nos decían antes, leer un periódico y su opuesto, escuchar una emisora de radio y otra de signo totalmente distinto; meterse con los blogs y escudriñar las opiniones de otros, ver cuáles son los fundamentos en los que se basan. No digo que reneguemos de las vías tradicionales de información; sólo digo que para aquellos que no se conforman sólo con el bilateralismo informativo, Norteamérica- Europa, predominante hasta extremos insospechados (como por ejemplo cuando parece que sea más importante la boda de Tom Cruise que las hambrunas de la India), es bueno e incluso necesario hurgar en canales de información minoritarios.
Es posible que si todas las personas, que están interesadas en informarse, no dejasen que las multinacionales informativas les dijesen qué es lo importante que sucede ese día en el mundo; a lo mejor no llegaba un día en el que extrañados nos preguntábamos los unos a los otros qué es lo que había sido de ese pequeñito rincón del mundo (pongamos por ejemplo Albania) del que un día oímos hablar y luego nunca más en la vida volvimos a escuchar nada. A lo mejor descubrimos, asombrados, que hay cientos de países de los que nadie parece acordarse. A lo mejor tras descubrirlo podemos llegar a pensar que es porque en estos países no hay petróleo. A lo mejor después llegamos a pensar más cosas. A lo mejor, sólo a lo mejor, es esto lo que no interesa que hagamos.
©2006 por Cristina Caramés Espada, columnista del Diario de Ferrol; publicado con permiso de la autora.
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