sábado, noviembre 04, 2006

Responsabilidad compartida

Es el lema que reza la nueva campaña para la que el vicepresidente de Colombia, Francisco Santos Calderón, se ha trasladado estos días a Londres. Con esta campaña intentan concienciarnos de que la cocaína no sólo mata a aquellos que la consumen sino que deja tras de si un rastro observable de sangre y muertes.

Esto es, cada uno de los gramos de coca que los europeos se meten por la nariz está bañado en sangre de colombianos que han muerto por el tráfico que financia minas, por miles de desplazados, por actos de terrorismo, por secuestros y por asesinatos.

Cientos de niños con la pandilla por familia, la calle por hogar, las armas y drogas como juguetes, son víctimas de un consumo que desde Europa se entiende en demasiadas ocasiones sólo como un tema de libertad individual.

Desde esta campaña, cuyo personaje principal es un hombre o una mujer de cariz europeo y con una enorme nariz por cara, se intenta concienciar a la población de que estas narices, las de los consumidores de droga, matan. Y matan en muchos sentidos. Así, por ejemplo, los barones de la droga matan a soldados y civiles para proteger sus laboratorios, matan colocando minas para proteger sus cultivos, matan armando a los niños y forzándoles a vigilar sus campos y, matan, destruyendo miles de hectáreas de selva tropical para plantar coca. De hecho, los intentos realizados para “limpiar los sembradíos de coca en la selva colombiana” no han sido sino vanos intentos con los que EEUU, entre otros, se limpia las manos y la cara para poder componer ante el mundo esa figura de salvadores de la humanidad mientras todo a su alrededor es terrorismo y caos. Sí, es cierto. Así, la administración Bush le vendía a Colombia un herbicida que ellos mismos se negaron a utilizar por sus terribles consecuencias en las zonas de aplicación. La propuesta para utilizarlo en Florida fue, de hecho, negada después de que el director del departamento de Protección Ambiental encontrara que era “Difícil si no imposible, controlar la diseminación del Fusarium”. Una diseminación de este hongo podía causar enfermedades a cosechas de tomates, pimentón, flores, maíz y hasta viñedos. Y cuando esto ocurriera, cuando tras las fumigaciones aéreas se acabase con las plantaciones de banano, de maíz y de otras especies (no hablemos de las enfermedades que pueden causar en seres humanos)... Entonces… ¿Qué harían los campesinos? ¿Dejarse morir o plantar coca? La respuesta es, a todas luces, bastante sencilla. Igual de sencillo que entender porqué los niños trafican con drogas.

Y trafican porque les obligan, porque les presionan; porque ven en este trabajo la única esperanza para tener un futuro (ya no mejor, sino simplemente uno).

Los adolescentes, los niños, se convierten en asesinos a sueldo y posteriormente en una flota de hombres entrenados y armados para los traficantes de drogas y los grupos armados fuera de la ley. Son presionados por los traficantes de droga, por la guerrilla, por las milicias urbanas, por la policía local, por las fuerzas armadas y por otros actores armados vinculados al conflicto político y el narcotráfico.

De hecho en Medellín, la ciudad de mayor violencia en el mundo, 40.000 jóvenes entre los 14 y los 25 años murieron por causas violentas en los últimos 20 años. La combinación de pobreza, guerra urbana, conflicto armado y tráfico ilegal de drogas ha asolado a la juventud de Medellín y a la población en general y ha causado una creciente militarización de la sociedad.

Todos estos datos, aunque no lo creamos, son transformables. Es cierto que desde los países de origen tienen que hacer un seguimiento y una persecución a los narcotraficantes para impedirles vender la droga y todo lo que esta venta lleva consigo. Pero lo que está en nuestra mano y es totalmente cambiable (si pueden ver alguna fotografía de estos niños traficando lo entenderán) es que desde Europa se erradique el consumo.

Es necesario ver (en estas campañas) y saber que cada gramo de coca mata a miles de personas, destruye familias y pueblos enteros, acaba con las reservas naturales del planeta y, además, y tampoco se debe olvidar, con aquellos que lo consumen.

© 2006 by Cristima Caramés Espada, columnista del Diario de Ferrol; publicado con permiso de la autora.

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