¡Apreciados amigos de Machangulo! Me dirijo a ustedes a través del pregonero de su pueblo. Esto es porque ustedes, por lo que comprendo de mi cuñada Laurentien, no saben ni leer ni escribir. En primer lugar les quiero felicitar de todo corazón con esta carta, porque vaya si ustedes viven en una península paradisíaca aquí en Mozambique. Toda esta bellísima naturaleza africana... ¡fenomenal!
Desde hace generaciones mi familia tiene un lazo cálido con África. Mi abuelo, que en paz descanse, un pillastre con el corazón en su sitio, a menudo hacía safari aquí. Los elefantes eran la alegría de su vida, pero sin cansarse también cazaba todas las otras bellezas que la madre naturaleza ofrece aquí. Personalmente, no obstante, me gusta más lo rubio y eso también se aplica a mi mujer. Que en este tema no haya malentendidos. Por eso la gran muralla que se está construyendo alrededor de nuestra finca vacacional con muelle y pista de aterrizaje. Efectivamente, una pista de aterrizaje. Mientras que ustedes viven en la feliz situación de poder gozar toda esta belleza natural durante todo el año, nosotros tenemos que sufrir un largo y fatigoso vuelo para llegar aquí. ¡No todos son tan privilegiados como ustedes!
África está en mis genes. Creo en el continente. Lo que cada vez de nuevo me emociona, es el modo en que ustedes disfrutan la vida. Ustedes están tan felices con tan poco. Siempre están alegres, y eso que viven en uno de los países más pobres de África. Es como si Dios les hubiera entregado una extra dosis de alegría. Eso me hace sentirme bien, y más aún porque las cinco escuelitas que he hecho construir no tienen ni electricidad ni agua potable. En los Países Bajos lo tachan de escandaloso, pero ustedes no. ¡Ustedes siguen sonriendo en medio de su miseria! ¡Qué actitud más maravilloso de la vida! Si en los Países Bajos sólo tuviéramos la décima parte de su alegría. A veces tengo envidia de ustedes. Y de sus dientes tan espléndidos, ya se lo puedo decir.
Mi familia y yo, por eso, esperamos con impaciencia nuestras vacaciones en esta maravillosa longuera. Mi esposa empezará a trabajar con microcréditos. ¿Quienes de ustedes quieren empezar un taller para confeccionar a mano pequeños banderines de dolor naranja? Pero no les queremos imponer absolutamente nada. Lo primero es que ustedes por naturaleza se contentan de poco. Eso lo respetamos.
Esta columna, publicada hoy en la edición neerlandesa de Metro, ha sido copiada aquí con el permiso de su autor, Luuk Koelman (traducción por Entrelector). La columna original, en neerlandés, se puede acceder a través de este enlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario