Este jueves pasado, el todavía presidente, George W. Bush firmaba, en la Casa Blanca, la tristemente ya famosa “ley del muro”. Con esta ley autoriza la construcción de un muro con una longitud de más de 1.000 kilómetros de frontera con México para (esto es lo que alegan): intentar poner freno a la inmigración ilegal.
Desde su gobierno explican, por si no lo hemos entendido bien, que con esta maniobra al que están protegiendo realmente es al pueblo estadounidense. Lo protegen, afirman, de una inmigración cada vez más peligrosa, más voraz y más desmesurada.
Lo que no nos dicen, porque Bush sabe que están cerca de las elecciones de noviembre, es qué ha pasado con los muros a lo largo de la historia.
No quieren que recordemos que hace más de cuarenta años las autoridades soviéticas y las de la Alemania Oriental decidieron aislar la parte oriental de Berlín para detener el éxodo de ciudadanos hacia Occidente y ordenaron la colocación de las primeras alambradas. A estas primeras alambradas le siguió, en pocos días, el muro. Para cuando ya lo habían levantado muchos habían logrado huir y muchos otros siguieron intentándolo a pesar de las moles de hormigón que se alzaban frente a ellos. Más de 250 personas murieron en el intento de pasar al otro lado, más de 75.000 fueron arrestadas por intentar escapar, y miles de seres humanos fueron juzgados por ayudar a otros en su huida.
Lo que tampoco nos dicen (a lo mejor resulta que ni ellos mismos se acuerdan) es que en 1962, la portada de la revista estadounidense “Time Magazine”, se hacía eco del muro de la vergüenza alemán con un dibujo del mismo casi exclusivamente en blanco y negro sólo roto por el color granate de la corona de flores que había en uno de los lados.
Un año después, John F. Kennedy se refería explícitamente al muro como Muro de la vergüenza en su discurso anual ante el Congreso de los Estados Unidos.
Sin embargo, y dicho todo lo anterior, Norteamérica ya empezó la construcción de su muro (de la vergüenza) con la frontera de México en los años 80. Muro que, por otra parte, ya ha ocasionada más de 3000 muertes desde su construcción (muertes que resuenan en las 3000 cruces adheridas a sus costados que recuerdan a los inmigrantes fallecidos en México, Tijuana, San Diego…
George W. Bush tampoco cuenta que su país está formado, en su mayor parte, por inmigrantes (de ahí el celebrar el “Thanks Giving Day”); de los cuales un elevadísimo número de ellos es de origen hispano. Y no cuenta todo esto porque está cerca de las elecciones y sabe que el voto hispano tiene un peso muy elevado y que no debería perderlo porque no posee un amplio margen de victoria según las estadísticas. Tampoco decía el jueves, mientras firmaba “la ley del muro”, lo que proclamaba el año pasado por estas fechas en pleno mes de la hispanidad. Esto es, que por medio del trabajo arduo, la fe en Dios y un profundo amor por la familia, los hispanos se habían esforzado por hacer realidad sus sueños y habían contribuido a la fortaleza y a la vitalidad de la nación americana. Que habían enriquecido la experiencia estadounidense y habían sobresalido en los negocios, en el derecho, en la política, en la educación, en el servicio comunitario, en las artes, en las ciencias y muchos otros campos. Tampoco comentó (al firmar) que los empresarios hispanos han forjado, en las últimas décadas, un futuro mejor y más prometedor para todos al generar puestos de trabajo en todo el país y que el número de empresas propiedad de hispanos ha aumentado tres veces más rápido que la tasa nacional.
Pero volviendo al tema principal, y si no fuese demasiado obvia la respuesta, me gustaría preguntar como quien no quiere la cosa si alguien cree (si realmente alguien a estas alturas lo cree) que un muro, esté pensado como esté pensado y esté hecho de lo que esté hecho, va a servir para que aquellos que tienen la necesidad de irse a otro país en busca de lo que no tienen en el suyo se echen atrás. ¿Pero es que seguimos pensando que se pueden poner fronteras al hambre? Quizá desde una óptica ingenua la respuesta sea afirmativa. Desde aquí, desde España, sabiendo casi todos de primera mano lo que supone emigrar, la respuesta es, a todas luces, negativa.
© 2006 by Cristima Caramés Espada, columnista del Diario de Ferrol; publicado con permiso de la autora.
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