jueves, enero 22, 2009

Sobre el capitalismo y la libertad de expresión (un cuento, de momento todavía sin desenlace feliz)

Érase que era un pequeño país, que hace mucho tiempo apareció en los pantanos y las marismas entre ríos y mar. Como la lucha por la vida de sus habitantes era muy dura por las frecuentes inundaciones, las vidas de los demás no tenían mucha importancia para ellos, y menos aún cuando se trataba de personas de otra raza.

El país consiguió juntar riquezas colonizando (es una forma civilizada para decir 'saquear') y vendiendo los habitantes de países conquistados
como esclavos en otros países lejanos países, una práctica aprobado por el papa (una persona que se imagina ser el representante en la tierra del protagonista de un viejísimo libro de cuentos).

Cuando el comercio de esclavos poco a poco dejaba de rendir, al mismo tiempo que también la fase del capitalismo mercantil (así los economistas llaman el comercio en bienes robados) poco a poco se convertía en el capitalismo industrial, la población pobre del pequeño país, que pasaba mucha hambre, se veía obligada a sacrificarse en fábricas peligrosas para contribuir a aumentar más aún las riquezas de los que ya habían juntado grandes capitales en la época colonial.

Los riesgos del trabajo en las fábricas llevó finalmente a una ley, para que no pudieran ya morir en las fábricas los niños más jóvenes, porque hasta los 12 años tenían que asistir a la enseñanza obligatoria.

Después de unos períodos de gran pobreza y de unas guerras grandes grupos de la población comprendieron que hacía falta proteger la clase obrera. Se creó un sistema bastante completo de previsiones sociales, por lo que se podía decir con razón que en principio cualquiera podía contar con cierta protección "de la cuna a la tumba". También se mejoró la enseñanza (y el acceso a ella), por lo que también los hijos de los "esclavos asalariados" podían realizar estudios superiores. La constitución del pequeño país también garantizaba en principio un número de derechos básicos para todo el mundo, entre los cuales la libertad de expresión.

Una desventaja de estos avances era (al menos para la clase inútil de los coleccionistas de dinero) que la clase trabajadora se emancipaba (lo que llevó a huelgas y vindicaciones sindicales) y que la población comprendía mejor lo que estaba pasando en el mundo (lo que en su turno llevó a grandes manifestaciones contra guerras en otros países y contra el comercio armamentista).

La mayoría de los políticos del pequeño país (que decían defender los intereses de la población, para lo partieron de su filosofía de que lo que era en el interés de los ricos, automáticamente también lo era para los pobres) por consiguiente inventó un nuevo sistema de enseñanza en el que los alumnos ya tenían que escoger su carrera a edad muy joven. La explicación oficial era que de este modo la enseñanza podía adaptarse mejor a los deseos y necesidades de los alumnos, pero el verdadero objetivo era evitar que escogieran carreras que no eran interesantes para el capitalismo. Una ventaja añadida era que la población, por la enseñanza más especializada y menos ancha de asignaturas, ya desde muy joven no tenía porqué aprender cosas desventajosas para el capitalismo. Este nuevo sistema de enseñanza se llamó la Escuela Elefante, un nombre muy poco apropiado, ya que si los elefantes son conocidos por su excelente memoria, esta enseñanza precisamente pretendía debilitar la memoria colectiva.

Para apoyar este sistema educativo también se introdujeron la radio y -sobre todo- la televisión comerciales, que ofrecían a la población - para las horas en las que no tenía que trabajar - entretenimiento en trozos de fácil digestión. Así apenas si quedaba tempo para pensar. Aparte de esto se llegó a controlar los medios de comunicación de modo que las noticias ya antes de ser transmitidas fueran recoloreadas, por lo cual la población seguía sin protestar el portavoz (que en el pequeño país se llamaba 'primer ministro') de los explotadores capitalistas.

Una consecuencia negativa sí era que la población, precisamente por no saber ya cómo pensar, podía ser engañada muy fácilmente por otros demágogos, que consiguieran penetrar en los medios de comunicación. Duró algún tiempo, pero al final el poder judicial se ofreció para perseguir a estos agitadores.

Y la población del pequeño país no vivió feliz y no se comieron perdices...

Cualquier semejanza entre este cuento y los Países Bajos, su pasado colonial (con la "mentalidad de la VOC", tan admirada por Balkenende), la ley para los niños de Van Houten, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, contra la dictadura de Pinochet, contra la bomba neutrónica y los misiles de crucero, la renovación destrucción de la educación, iniciada con la Ley Mamut (del 1 de agosto de 1968) y todavía no terminada, el Canon de los Países Bajos (una lista de 50 temas -considerados importantes por el régimen de turno- de la historia neerlandesa), la prensa controlada con la Agencia Neerlandesa de Prensa Propaganda, y la persecución de Geert Wilders es absolutamente casual.

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